Los persas en Asia Menor: de la conquista a la Revuelta Jonia

Libro Atlas Histórico del Mundo Griego Antiguo - Adolfo J. Domínguez y José Pascual




Como ya vimos en su momento, las costas occidentales de Asia Menor parecen haber recibido poblamiento griego a partir de los años finales del segundo milenio; allí se desarrollaron importantes ciudades griegas, algunas de las cuales alcanzaron durante el período Arcaico importantes logros. En un capítulo previo hemos visto también cómo alguna de ellas, como Mileto, desarrolló una importante actividad colonizadora en el Mar Negro, mientras que otras, como Samos o Focea, buscaron nuevos recursos en el Mediterráneo Occidental, incluyendo la Península Ibérica. Sin embargo, el siglo VII había sido una época conflictiva para toda la Grecia del Este y, en especial, para Jonia; primero, las incursiones de los cimerios y, más adelante, el dominio lidio, llevado a cabo por la dinastía de los Mérmnadas. A partir del primero de sus reyes, Giges (687652), los lidios empezaron a dejar sentir su fuerza sobre las ciudades griegas, atacando algunas (Colofón, Esmirna), estableciendo alianzas con otras (Éfeso, Mileto) y sometiendo al pago de tributos al resto. Esta dinámica proseguiría con sus sucesores hasta el último de los reyes de la dinastía, Creso (560-546); las ciudades de la Grecia del Este a lo largo de los más de cien años de relaciones con los lidios habían llegado a un modus vivendi con ellos. Es cierto que los reyes lidios velaban por sus intereses, lo que implicaba en ocasiones actuaciones violentas, pero no lo es menos que los lidios habían llegado a conocer bien la cultura griega e, incluso, los propios reyes emparentaban en ocasiones con las familias aristocráticas de las ciudades griegas. Así, por ejemplo, el tirano de Éfeso, ciudad a la que atacó Creso, era sobrino del propio rey lidio (Ael., VH/, 3.26) y uno de sus hermanastros era hijo de su mismo padre y de una mujer griega (Hdt., 1.92). Según Heródoto, la política de Creso parece haber sido bastante dura para las ciudades de la Grecia del Este (Hdt., 1.26), tal vez en un intento de incrementar sus ingresos mediante el cobro de tributos así como la aportación de tropas griegas a su ejército, al tiempo que reforzaba su papel de gran soberano.


No obstante, y como sugeríamos antes, las relaciones entre los griegos y los lidios conocieron altibajos pero sin que aquéllos se planteasen como algo posible el zafarse del control lidio. Esto lo sugiere el comportamiento de la mayoría de las ciudades de la Grecia del Este cuando aparece un nuevo poder en el horizonte, los persas.

Hacia el año 559 Ciro II hereda de su padre el trono de Anshan, al este de la Susia- na, en el corazón del Irán; pocos años después, hacia 550 o algo antes, encabeza una rebe lión de numerosas tribus iranias contra el rey de los medos, Astiages, que cuenta también con complicidades entre éstos; eso convierte a Ciro en dueño de Asia (Hdt., 1.130). Uno de los primeros movimientos del nuevo rey es dirigir a su ejército hacia Lidia, puesto que Creso había sido un firme aliado de Astiages, del que además era cuñado. El rey lidio le sale al paso acompañado de tropas griegas y auxiliado, según parece, por el sabio milesio Tales que realiza labores de ingeniería para el rey; Creso cruza el Halis y se enfrenta a Ciro en Capadocia, aunque sin un resultado concluyente. Los persas habían intentado antes que los griegos abandonasen a los lidios, aunque sin éxito. Ante lo indeciso de la campaña, Creso opta por regresar a su capital Sardes para reunir a sus aliados y volver a la guerra al año siguiente; Ciro, sin embargo, aprovecha esa retirada para en una campaña relámpago presentarse ante Sardes, lo que provocó la sorpresa lidia y su parálisis. Derrotado el ejército lidio ante la propia Sardes, Ciro iniciará un breve asedio de trece días, tras los cuales la ciudad caerá y será saqueada, de lo que quedan numerosos testimonios arqueológicos. El destino de Creso no es del todo seguro, pues algunas tradiciones dicen que fue mandado quemar vivo por Ciro, mientras que otras aseguran que el rey persa le perdonó la vida.

La fulminante conquista de Sardes y la captura de Creso (hacia 546) cayeron como un jarro de agua fría sobre los jonios, que habían servido a las órdenes de Creso y habían rechazado el acuerdo previo con Ciro; sólo los milesios, que quizá estaban más descontentos con Creso o que habían preferido arriesgarse, habían firmado un acuerdo preferente con los persas que los mantendría al margen de lo que iba a suceder a continuación. Los jonios sabían que su decisión implicaba la guerra contra los nuevos dueños de Asia y para hacer frente a esa situación tomaron varias medidas, que iban a revelarse ineficaces. Reunidos para tomar posturas conjuntas en un santuario común, el Panjonio, en el que rendían culto a Posidón Heliconio y que era la sede de una laxa confederación de doce ciudades, los jonios sólo se ponen de acuerdo en solicitar ayuda a Esparta, la cual rechazará apoyarlos aunque se permitirá amenazar a Ciro en caso de que ataque a las ciudades griegas. Más allá de esta medida, las ciudades griegas no parecen haber planteado ninguna defensa común y decidieron que cada cual se defendiera por sus propios medios, a pesar de que las reuniones en el Panjonio fueron abundantes y en ellas se hablaba más de huir que de resistir.

Así, hacia 540 el general persa Harpago pone sitio a las ciudades griegas, empezando por Focea, y realizando grandes terraplenes las va conquistando una tras otra; aunque las ciudades resistieron, no pudieron oponerse a la maquinaria de guerra persa, por lo que acabaron cayendo. En algunos casos como en Focea o en Teos parte de sus habitantes abandonaron la ciudad para no caer en manos persas y es posible que lo mismo haya ocurrido en otras ciudades; ante el temor persa, por fin, las ciudades de las islas también se rindieron a los persas. Además del tributo y de guarniciones, éstos impusieron a los griegos apoyo militar y poco después de la conquista vemos a tropas griegas combatiendo del lado persa dentro de la política expansionista del imperio. Grecia del Este quedó integrada en el sistema de gobierno persa, que dividía la zona en grandes territorios, llamados satrapías, que alcanzaron su madurez durante el reinado de Darío (521-486) y que tenían un marcado carácter impositivo. Los griegos quedaron englobados en la satrapía de Lidia, con capital en Sardes, y en la satrapía de Frigia Helespontixna, con capital en Dascilio.El rey Darío prosiguió su política de conquistas, cayendo también Samos en su poder. Lo más destacable de este rey es que dará un paso más con respecto a sus predecesores traspasando los límites de Asia para pasar a Europa.

Una de sus más interesantes expediciones es la que le lleva a los territorios tracios y escitas, y en la que un papel fundamental lo desempeña la flota que, en su totalidad, estaba compuesta de naves griegas. El Danubio se convertirá en el límite de la expansión persa en esa región; también aprovecha para hacerse con el control de la Tracia egea y de Macedonia. Todo ello indicaba que los persas intentaban controlar las dos orillas del Egeo, como controlaban ya casi todo el Mediterráneo oriental; los griegos apenas habían opuesto resistencia y, gobernados como estaban por tiranos impuestos por los persas, había pocas posibilidades, en apariencia, de que lo hicieran.

Sin embargo, en 499 y por motivos aparentemente banales se inició un amplio movimiento de resistencia que iba a tener en jaque durante casi cinco años a los persas pero que puede verse, asimismo, como preludio de la primera gran campaña persa contra la Grecia europea. Nos referimos a la Revuelta Jonia.

En el año 499 Aristágoras, tirano de Mileto y en buenas relaciones con los persas, consigue apoyo militar del sátrapa de Sardes, Artafernes, para conquistar la isla de Naxos y otras islas del Egeo, con vistas al dominio del mar y mirando ya al continente griego. El fracaso de la expedición y la obligación de rendir cuentas a los persas fuerza a Aristágoras a modificar la tradicional política de Mileto a favor de Persia y a iniciar una revuelta. Abandonando su tiranía y buscando apoyos entre la aristocracia milesia, consigue también atraerse a su bando a la flota, en su mayoría griega, que los persas habían puesto a su disposición. Haciendo gala de grandes dosis de demagogia, declara abolidas las tiranías en la Grecia del Este al tiempo que consigue revitalizar la Liga Jonia como instrumento político y militar. Acto seguido, parte hacia Esparta para buscar su alianza y su apoyo. Como venía siendo habitual ya desde la época de la conquista de Jonia por los persas, Esparta rehusa intervenir, por lo que Aristágoras parte hacia Atenas. Ahora la situación en esta ciudad es favorable y los atenienses deciden enviar veinte naves, tal vez transportando tropas, en apoyo de los jonios, a las que se sumarán cinco trirremes eretrias; en esos momentos tanto Atenas como Eretria son potencias emergentes, la primera desde una perspectiva terrestre y la segunda como la dueña de la mayor flota de la Grecia continental.

Quizá ese mismo año o, con más probabilidad, el siguiente (498) los jonios, acompañados de sus aliados continentales, llevan a cabo una expedición por tierra para intentar tomar la capital de la satrapía, Sardes, tal vez como medio para evitar la presión que, por tierra, estaba recibiendo Mileto de los persas. El sátrapa Artafernes se refugia en la ciudadela, y los griegos prenden fuego a la ciudad baja ardiendo también un templo de Cibeles. Como asegura Heródoto, ése fue el pretexto que los persas utilizaron para justificar su política de destrucción de los templos de Grecia durante la Segunda Guerra Médica (Hdt., 5.183).

La reacción persa provoca una derrota de los jonios cerca de Éfeso y el final de la participación ateniense, aunque quizá no de la eretria (Plu., De Her. mal., 24). Sin embargo, la arriesgada expedición y su desenlace, convertido en éxito por la propaganda jonia, provoca que la rebelión se extienda por otros lugares como el Helesponto, Caria y Chipre; además, el dominio naval estaba en manos jonias, lo que debió de facilitar las adhesiones a la causa. La reacción persa se deja sentir, en primer lugar, sobre Chipre, cuyo control por parte de los rebeldes podía poner en aprietos a las naves fenicias, también subditos persas y el otro pilar del dominio que los persas querían establecer sobre el Mediterráneo. Hacia el año 497, en la llanura de Salamina se libró una batalla terrestre entre los griegos de Chipre y los persas, mientras que en el mar las naves griegas se enfrentaban a las fenicias; la victoria en el mar fue de los jonios pero por tierra, y merced a varias deserciones, se impusieron los persas. Chipre se había perdido para la causa y los jonios regresaron a su tierra. Entre ese mismo año y el siguiente los persas envían varios ejércitos para presionar a los griegos hasta sus ciudades costeras, cortándoles la comunicación con el interior y dificultando sus relaciones terrestres. La táctica persa, apoyada en su indudable superioridad terrestre y en su mayor práctica en asediar y tomar ciudades al asalto, consigue importantes éxitos. Ante la marcha no favorable de la guerra Aristágoras decide abandonar el escenario de la misma y se marcha a Mircino en Tracia, donde poco después morirá en un enfrentamiento con los tracios.

En el año 496, Histieo, que había sido tirano en Mileto antes de haber sido forzado por Darío a residir en Susa, obtiene permiso para regresar a Jonia e intentar parar la revuelta; a pesar de que en el relato de nuestra fuente principal, Heródoto, quedan muchos cabos sueltos, este autor asegura que uno de los instigadores de toda la revuelta había sido el propio Histieo, que desde su exilio en Susa había movido a distancia todos los hilos. Sea como fuere, su llegada a Sardes levanta sospechas en el sátrapa Artafernes, por lo que Histieo decide huir e intenta incorporarse a la revuelta, lo que los milesios no le permiten; Histieo, con unas cuantas naves mitilenias, se refugia en Bizancio desde donde actuará como pirata frente a aquellos jonios que no se pongan de su lado. Los persas, mientras tanto, han ido acabando con la resistencia de una gran mayoría de las ciudades sublevadas y deciden, hacia 495, concentrar sus esfuerzos contra Mileto a cuenta de su papel de instigadora de la rebelión y a tal fin concentran contra ella a todos sus ejércitos terrestres y a la flota compuesta sobre todo por naves fenicias, pero también por chipriotas, cilicios y egipcios.

La Liga Jonia decide evitar el enfrentamiento por tierra, donde su inferioridad era manifiesta, pero sí forzar el combate naval, por lo que al año siguiente, 494, acuden hasta el islote de Lade, que se hallaba frente a Mileto, griegos de Lesbos, Priene, Miunte, Teos, Quíos, Eritras, Focea y Samos, además de los propios milesios. El total de la flota griega alcanzaba los trescientos cincuenta y tres trirremes, mientras que la flota enemiga ascendía a seiscientas naves, aunque es una cifra quizá algo elevada. Junto a los preparativos militares, los persas tratan de debilitar la solidez de la coalición griega intentando convencer a los combatientes de que se rindan y prometiéndoles que no sufrirán represalias. Al tiempo, el duro adiestramiento a que obliga a los griegos el almirante de la flota, Dionisio de Focea, mina la moral de los marinos jonios lo que facilita la labor de los colaboracionistas con los persas.

Cuando se inician las hostilidades, a principios del verano de 494, una parte de los jonios, encabezados por los samios, ya han decidido desertar, aunque sin que el resto de los aliados lo sospechen todavía. De tal manera, y cuando ya la flota jonia se encontraba frente al enemigo, los samios emprendieron la huida, lo que provocó el pánico en las filas griegas, buena parte de cuyos contingentes se dieron también a la fuga. Permanecieron, no obstante, en el combate los de Quíos con sus cien naves y, por supuesto, los milesios con sus ochenta barcos así como otros aliados; sin embargo, la huida de casi la mitad de la flota les puso las cosas difíciles por lo que, a pesar de su resistencia, poco a poco el mar quedó en poder de los persas. Eso significaba la perdición para los rebeldes y, sobre todo, para Mileto, que privada del control del mar, sólo podía esperar a ser sitiada y rendida por los persas. En el otoño de 494 los persas, empleando todos los recursos poliorcéticos en los que eran maestros, asaltaron y tomaron Mileto, dieron muerte a la mayor parte de los hombres, esclavizaron a las mujeres y a los niños y a los supervivientes los trasladaron a las orillas del Golfo Pérsico donde los asentaron. Destruyeron además el santuario de Apolo en Dídima que había sido uno de los principales lugares venerados por los milesios y cuyo oráculo había marcado la pauta de buena parte de la política exterior de la ciudad. La conmoción por la brutalidad persa aterró e indignó a todos los griegos.

Al año siguiente (493), los persas acabaron por reconquistar al resto de las ciudades rebeldes, al tiempo que reforzaban su autoridad en los accesos al Mar Negro. La derrota de los jonios significó, además de una nueva oleada migratoria de los que huyeron de la represión persa, el final de la independencia política de la Grecia del Este; aunque los persas tomaron algunas medidas económicas y políticas para evitar en lo futuro otra revuelta similar, la derrota de Lade y el terrible destino de Mileto marcaron el brusco final de una de las regiones que con más brillantez habían destacado durante el período Arcaico. Aún tendrían que esperar las ciudades de Jonia quince años para que los atenienses las liberasen del dominio persa aunque tan sólo para caer dentro de la órbita de influencia de Atenas; sin embargo en ese período los griegos tendrían todavía que enfrentarse a los persas invasores.

Bibliografía complementaria

EMLYN-JONES, C. J. (1980): The Ionians and Hellenism. A study ofthe cultural achievement ofthe Early Greek Inhabitants of Asia Minor. Londres. 

GORMAN, V. B. (2001): Miletos. The Ornament of lonia. A History ofthe City to 400 B.C.E. Ann Arbor.

GREAVES, A. M. (2002): Miletos. A History. Londres. 

SHIPLEY, G. A. (1987): History of Samos. 800-188 B.C. Oxford. 

TOZZI, P. (1978): La rivolta Iónica. Pisa. Capítulo 16

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