ÍTACA
Llegado el día, Icario,
su esposa Anfitea junto a sus hijas Penélope e Íftima
con modesto séquito portando comedidas dotes,
arribaron a la mansión de alta techumbre
y pronto al palacio de espacioso pavimento llegaron invitados
desembarcados de veleras naves
después de atravesar el anchuroso Ponto
cargados con ricos presentes.
Laertes y Anticlea, ilustres anfitriones, les dieron lugar
en amplias moradas poniendo a sus órdenes
moderada servidumbre dirigida
por su hija menor Ctímene y por Euriclea,
esclava adquirida para su hijo por Laertes.
Vinieron por mar y por tierra, y durante tres días que duró la boda,
la adusta ciudad se llenó de tumultuosa alegría,
los aedos traídos por los visitantes organizaron certámenes musicales
en el lugar reservado a los oradores
se organizó una procesión ceremonial para vestir a la deidad
de ojos de lechuza con un peplo bordado en hilo de lino.
El don de Dionisos corrió en abundancia por tus anchurosas calles.
Entonces Laertes
quien pronto cedería el cetro a su hijo
ordenó sacra hecatombe
a febo Apolo, el que hiere de lejos,
quien les miraba complacido desde las cumbres del Nérito.
De Duliqui, de Esparta, de Same, de Micenas coronada en oro,
de la selvosa Pilos, y de Zacinto, acudían por tierra y por mar
hombres opulentos y míseros a quienes Zeus congregó al banquete nupcial
Y tu,
tan de tuyo frugal
abundaste en los dones de Ceres.
Así pasaron los días, y la fama anunciadora
llevó con el regreso de los visitantes
la leyenda de la riqueza de Ítaca,
que si a ver vamos
era sobria y precaria.
Pero los dioses, que todo lo pueden, lo hicieron creer así
y esto tuvo en lo futuro graves repercusiones,
pues hombres ambiciosos e impíos
guardaron fijo en la memoria este recuerdo
y pensaron codiciosamente en la espaciosa ciudad.
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