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sábado, 21 de mayo de 2011

¿Dónde fue vencida Troya realmente?

Ithaka
Ítaca


Autor: José Antonio Gutiérrez Alcoba 


EL PUNTO DE VISTA DE ANFIMEDONTE

Dijiste al Atrida:

--La hija del ínclito Icario, nos preparaba negra muerte, mientras tejía con el día, y en noche deshacía lo urdido, de un sudario para la sacra potestad de Laertes, semejante al sol o a la luna.

Henos aquí conducidos como un rebaño de cabras por el cilenio Hermes, hijo de Maya. Somos ciento cincuenta pretendientes que preferíamos ser reyes de Ítaca, a imperar sobre Samos, Crocilea, Egilipe, Duliquio o la selvosa Zacinto.

Nuestros padres, negáronse a acudir a la vasta Troya de anchurosas calles, para vengar el rapto de Helena y no hicieron esfuerzo alguno por disuadirnos de nuestro empeño.

--Agamenón:
Tan alto número de ilustres varones, con heraldos y servidumbre, sólo podían sostenerse con frecuentes hecatombes. Di, ¿sacrificabais a las deidades?

--Anfimedonte:
Sólo una vez se mencionó eso. Ya cercana la hora postrera, Antínoo, cuya inane cabeza ves, pidió al cabrero Melantio traer nutridos bueyes para sacrificar a Apolo flechero, con motivo de ser impotentes en armar el arco de Odiseo durante el funesto certamen. Celebrábase entonces la fiesta del Dios en la espaciosa Ítaca, y ya el pérfido Odiseo, cual pestífero mendigo y haciéndose llamar Epeo, tomaba en sus manos los agudos dardos.

--Agamenón:
Se encuentra, lo recuerdo bien, un aposento dedicado a Zeus hospitalario en el palacio de Laertes. Allí bajo el pie de su altar, honramos con la sangre de vigorosos bueyes, al artero hijo de Cronos antes de partir hacia Ilión. Ya debió advertir Odiseo, fecundo en ardides, que la renuencia de Eupites, el rechazo de Politerses, de Damástor, de Pólibo y Niso aretíada, vuestros padres, de embarcar hacia la ventosa Troya para vengar el ultraje de Paris contra el Padre Cronida; ocultaba el deseo por su muerte y la codicia por sus bienes.

Y así como la cierva desampara a su criatura para ir al selvoso bosque y mastica hojas de comestibles retoños para, al volver, regurgitar en la boca de su cachorro el nutricio alimento; mientras el león oculto acecha el momento de su partida para devorar al crío; y al volver aquella, se lamenta con inconsolables balidos. Así vuestros padres acecharon la partida de Odiseo.

Esto dijiste al Atrida.

Ahora escucha, soberbio e impío pretendiente:

La gruta de Calipso, de lindas trenzas, me retuvo
Mientras tejía con lanzadera de oro un peplo.
La bella Circe urdía un manto, mientras mis hombres comían como cerdos (acuérdense aquí de ustedes mismos)
Polifemo inhospitalario y Antifates lestrigón, antiguo linaje de los feacios, devoraban los cuerpos de mis esforzados compañeros.
Las simulantes voces engañosas de las Sirenas
El odre ventoso de las desatadas tempestades

Escila eyectando desde la profunda cueva seis hambrientas fauces rugidoras, en las peñas prominentes allende el golfo funesto de la ojizarca Anfitrite.

Pregunta:

De otra parte el abismo absorbedor de Caribdis
Lampetia y Faetusa y cómo perecieron.

Di a Eupites:

Que no se es insolente con Zeus para vivir impune, así se trate de un ejército.
Ni se toma para sí lo que corresponde a las deidades en los banquetes.

Dile:
Que mientras perviva la memoria de Odiseo, castigará duramente las hecatombes sacrílegas que profanaron su casa.

Que no le bastó a Heracles ser hijo de Zeus para no pagar su crimen contra el deiforme Ífito Eurítida engañándole con falsa hospitalidad. ¡Inicuo! Figurábase que las celosas deidades, con olvido, no le cobrarían esa maldad.

Con el obsequio que me hizo Eurito su venerado padre, encontró justicia aquella muerte artera, cobrada con la vida de ustedes.

En valor, en linaje, en trabajos ni en honra puedes semejarte a Heracles.
He aquí, uno mayor que él te habla
Desde lejanos tiempos, embajador en la salitrosa Same, ¡quien lo diría! Las deidades instruyeron al joven nieto de Arcesio para lo porvenir

Graba en tu memoria:

Que la iniquidad de los hijos recae sobre los padres
Tres años con la ninfa de hermosas trenzas, quién lo diría
Así lo decidió el Cronión, que en veinte días arribara a la isla de los feacios en la fértil Esqueria.

Sabio en ardides, urdimbres y tramas: Helena, Penélope, Calipso, Circe, Areté, Hefesto, Ares, Afrodita

Sabio en huecas emboscadas: el caballo, Polifemo, Escila, Caribdis

Sabio en falsos encantos: Lotófagos, Sirenas

Aprendí a vivir.

Atravesando por el anchuroso abismo del estruendoso océano,
Las trampas del artero Poseidón que bate la tierra

Pregunta:

A las inanes cabezas de los muertos
Si Odiseo, el griego, desamparó a un suplicante
Si trocó hospitalidad por traición
Si descuidó los sacrificios a las deidades
O injurió a los ilustres reyes en las sacras asambleas
¿Que mal te hizo Telémaco?
¿Qué tomó Laertes de ti?
¿Por qué habría de amarte la hija de Icario?

A los pies del Nérito, corvos y fúnebres bajeles soltaron las amarras de papiro y azotando al abismo del estruendoso mar, llevaron en sus negras entrañas ciento cincuenta y seis exánimes cuerpos a sus hogares.

Tal suerte no la tuvieron las ruinas mortales de los más valientes aqueos

Pregunta al atrida:

¿Pueden ustedes compararse con Aquiles, con Patroclo Menetíada, igual a un dios, con Ayax Telamoníada u Oileo, acaso con el irreprensible Antíloco?

Cual un enjambre copioso de abejas se dispersa por la espaciosa tierra cuando los capullos florecientes se afanan unos a otros en liberar los pistilos que mostrarán exuberantes al dorado polen, divino alimento; así su gloria se expandía como el manto de la tímida Aurora por la cromosfera estelar de la patria griega.

Y mientras ustedes hilaban en otra rueca el manto de la infamia, para decir a los futuros hombres de voz articulada que fueron inútiles nuestros desvelos por hacer respetar a nuestros dioses, Palas Atenea educó a su nación con duras pruebas.

Paris e Ilión, criadora de corceles, pretendieron obtener mediante el rapto y la usurpación, cuanto no merecieron por su valor.

Te lo dirá Tiresias el tebano, eximio entre los largovidentes augures:

Que Troya no fue vencida en el promontorio ventoso de Hissarlik en la altísima Asia;

Sino en Ítaca mediterránea.

Autor: José Antonio Gutiérrez